domingo, 13 de febrero de 2011

Mi tío Pepe




Ayer, el cáncer terminó de cortar el hilito de vida que unía el alma de mi tío Pepe con este mundo. Concluyó así una batalla que venía librándose hace un montón de años y que poquito a poco le consumía el cuerpo y sólo al final, las ganas. Aguantó mucho. Solo él sabrá lo que aguantó y arriesgo a suponer que habrá pedido al cielo que lo dejara descansar en paz.

Todos hacemos una composición de las personas que nos rodean y las convertimos en los personajes del teatro de nuestra vida. Y Pepe era, definitivamente, un personaje. A continuación y a modo de homenaje, la reseña del personaje que compuse para Pepe, y que probablemente no se parezca mucho al que vos puedas haber hecho si le conociste. Y si no le conociste da igual, todos tenemos un tío Pepe.

- El tío Pepe era un poco payaso y me divertía. Será por eso que lo elegí como padrino de confirmación cuando tenía 10 años. Y es que era el alma de las fiestas, nunca paraba de hacer bromas, algunas subiditas de tono que provocaban el grito airado de mi tía Emilia:  "PEPE!". Cuando su hijo Darío era ya un adolescente protagonizaban un sainete para ver quién era el más payaso. De tal palo, tal astilla.

- El tío Pepe era un grande jugando al Truco, tenía el don de la mentira. Sabías que te mentía pero no sabías cuando. Me gustaba verle jugar y cuando alguna vez le gané en un pica-pica me sentí como si le hubiera ganado una partida de ajedrez a Kasparov. 

- El tío Pepe tenía un aire a Boris Yeltsin. Para mí que siempre tuvo el pelo blanco y unos preciosos ojos claros achinados detrás de unos anteojos que le permitían ver de cerca. Tenía una complexión física más bién rellenita, motivo por el cual mi viejo de joven siempre le llamó "el Gordo Pepe".

- El tío Pepe fumaba. Y cuando yo era chico él era el único en la familia que fumaba regularmente. Por eso teníamos un cenicero de madera chiquitito, como para un sola persona. Era el cenicero para el tío Pepe. Después lo usó mi hermano, después yo, mis hermanas, mis primos. En fin, la generación siguiente le quitamos la exclusividad.

- El tío Pepe conducía como el Chueco Fangio. Era un as del volante. Elegía los trayectos para evitar calles empedradas y no resentir los amortiguadores y desgastar los neumáticos. Prefería salir a la ruta de noche porque había menos tráfico y el coche iba más fresco. Tuvo un Fiat 1500 familiar blanco con una etiqueta de Bestline roja en el cristal trasero. Como el de mi papá pero más viejo. Después tuvo un Falcon verde oliva, que no era como los de los milicos porque también era familiar, con culo, digamos. Con ese coche Darío me enseñó a conducir.

- El tío Pepe era Parque Chas, Paternal, Ortuzar, Chacarita. Las calles Tronador, Bauness, Ávalos, Victorica, Bucarelli, y las avenidas Del Campo, Triunvirato y Chorroarín, llevan la pátina de su recuerdo. Hay gente a la que identificas con lugares, con calles, con barrios. Como Gardel y el Abasto. Como Elvis y Las Vegas.

- El tío Pepe tenía una pequeña imprenta que derivó en papelería y fotocopias. En mis últimos años en Buenos Aires yo atendía a un cliente que estaba cerca de su imprenta. Solía acomodar a ese cliente al fin del día, y me pasaba por la imprenta para tomar mate y charlotear un rato de todo y de nada. Ambos disfrutábamos la compañia.

La foto que ilustra este homenaje es la última que tengo de él. Durante años su personaje tuvo un papel protagónico, pero luego uno va creciendo y la obra continúa por otros derroteros. Y al final la distancia quiso que no nos volviésemos a ver después de ese invierno de 2008 en Buenos Aires.

Ya te extrañaba desde antes. Chau, tío. Chau, amigo.  

TEMA DE HOY: CUANDO UN AMIGO SE VA - ALBERTO CORTÉS